viernes, 29 de marzo de 2013

"LOS ALPARGATEROS"





Encontramos en Wikipedia la definición de “alpargatero” Alpargatero: “Se llama alpargatero al artesano encargado de fabricar alpargatas”.

En la columna de la derecha podéis ver un interesante video de You-Tube sobre este antiguo oficio .

Para fabricar las alpargatas realizaban las siguientes operaciones. Clasifica el cáñamo rastrillado en cuatro calidades: el más fino es el padre, el entrefino el hijo, el de tercera clase estopa y el de la cuarta tamo. Despelota el tamo se formando una veta que se devana en ovillos. Con tres ramales de esta veta forma la trenza o soga de la suela.

El alpargatero usa un tablero de vara en cuadro afirmado a un banco donde se sienta. A la orilla del tablero hay una estaquilla recia con una canal en medio y en un hueco de ese mismo tablero se pone una candileja con aceite para untar las puntas de las agujas.


Empieza la suela formando con la soga un círculo de canto que se ata con un estopón o pedacito de estopa. Dobla el círculo, toma la medida del largo y ata de firme. Va ensanchando el círculo y llenando hasta que haya bastante para la suela. Comprime el círculo y lo ata casi por medio de modo que resultan dos porciones, una larga para la planta del pie, otra corta para el talón. Hecho esto, empieza a coser la suela por los costados metiendo primero la almarada, enhebrando la guita, sacando la puntada y uniendo los costados y pasando por la canal de la estaquilla del tablero, sobre el cual trabaja comprimiendo y estirando. Sigue cosiendo y golpeando la suela de vez en cuando con el chamarín, especie de tarugo do madera.

Hecha la suela, el alpargatero se sienta en el suelo juntando las plantas de los pies con las cuales sujeta la alpargata para formar la capellada. Coge la suela con la mano y afianza en la plantilla un hierro llamado caballete en figura de arco, con unas puntas que entran en ella y después en la aguja de ensalmar se ya pasando por los costados de la suela y por encima del caballete la guita.

Terminada esta operación, aclara el guitado, quita el caballete, encaja una horma sin talón y se forma el travesado, es decir, el tejido. Después quita la horma y queda hecha la capellada dejando en la punta una boquilla que se cierra con guita delgada.


El talón se forma aplicando sobre la suela un hierro en figura de escuadra con tres puntas: la una para afirmar el hierro a la suela y las otras dos de la parte perpendicular miran hacia fuera para sujetar el guitado. Por encima de este hierro llamado talonera, se va guitando de costado ha costado y se remata el talón dejando dos ojales en los extremos para atar la alpargata con cintas.

Los buenos alpargateros a fuerza de práctica llegan a prescindir de taloneras, caballetes y horma; todo la hacen a mano supliendo los instrumentos con la mano izquierda.

La colonización americana también introdujo esta artesanía del calzado allén los mares.

Fuente consultada: Wikipedia. 

OFICIO DE COCHERO

 
Uno de los transportes más antiguos que casi ya en todas partes se usa con fines turísticos, es el coche tirado por caballo.

Claro está, todavía hay  regiones y comarcas de países muy atrasados, en los que esos antiguos vehículos se utilizan como parte del transporte público.
 
Sucede igual que con la televisión en blanco y negro, que uno piensa que ya están totalmente descartadas y sin embargo en los campos son muchas las familias que todavía usan esos aparatos obsoletos que se remontan a sus orígenes.
 
En los Estados Unidos, en muchas ciudades, es un placer y un deleite, andar en coche. Lo mismo que en Europa, los flamantes carruajes de Zurich, en Suiza, donde los caballos tienen igual que en Nueva York un "reservorio", justamente debajo del rabo, para evitar que el animal ensucie las calles, y contamine el ambiente de malos olores.
 
Son caballos que cuentan con protección, a los cuales, como si fueran gente, se le calculan horas de trabajo, de comida, descanso, atenciones en el veterinario, y que sobre todo no se pueden maltratar porque hay leyes y entidades que velan por ellos.
 
¡Ja!, pero eso es allá....y aquí? 
 
Aquí, según Radhy Miranda,  todos los cocheros son de San Cristobal, porque es un oficio que se hereda de familia (uno me dijo que tenía 50 años trabajando como cochero, y que su papá y su abuelo hacían lo mismo).
 
Pues bien, mientras transitaba por el malecón de la capital, el lugar donde trabajan los cocheros, observé que uno de ellos al parecer tenía prisa por llegar al frente de los hoteles, que es donde más se "pica", pues para los turistas es un encanto dar un paseo en coche.
 
El cochero castigaba al caballo constantemente dándole con un foete para que avanzara más rápido.
 
Y el pobre animal recibiendo fuertes latigazos, que le hacían parar la crin, cada vez que le impactaban con el látigo.
 

Al ver tanto abuso  di un frenazo delante del coche, y me desmonté de mi vehículo para defender al pobre animal.
 
¡Mire usted señor, cómo es posible que maltrate de ese modo, a ese caballo, que es con el que usted trabaja y encuentro su sustento, eh?.!-le dije.
 
El cochero me lanzó una mirada de desprecio, arrancada desde lo más recóndito de su falta de aulas, de educación, y sentimientos.
 
-Mire, carajo, de qué tá uted hablando?. Uted no ve que yo toy trabajando, que tengo que llegá rápido, polque si no otro cochero me quita un cliente que ya ta' hablao dede ayer,  que metá eperando en el hotel Jaragua?- dijo el "humilde padre de familia".
 
-Lo entiendo... pero lo que veo mal es que está maltratando a ese pobre animal, que por demás lo veo muy famélico. Usted va a llegar como quiera, no lo maltrate. Además con los carros que hay en la vía, el caballo no puede correr más rápido, mire el tapón, son las seis de la tarde- le dije.
 
-Ah bueno, ahora uté me a decil como trabajal....Quítese de ahí pa' no dale con el mimo látigo. ¡Epante!, ¡epante!, vamo, vamo, que tengo que seguil- grit´l el cochero iracundo.
 
Me di cuenta de que no había forma de razonar con él  y me eché a un lado,
 
Miré compadecido al caballo...Y pueden creer de qué me di cuenta?.  ¡Oh!, que no solo el cochero me estaba mirando mal, sino también el caballo!.
 
El malagradecido tenía cara de querer darme una patada, después que me había metido en un lío por defenderlo.
 
¡Para mí que ese caballo era masoquista, que le gustaba que el cochero le diera!
 
Pensé en un viejo merengue de su hermano, el Caballo Johnny Ventura, que en sus letras dice que "los ingratos no tienen memoria".
 
Fuente:  http://zabalaaldia.com

EL AGUATERO

 

Obra "El aguador de Sevilla" de Diego Velázquez.


Wikipedia nos dice que "se llama aguador o aguatero a la persona que vendía  y distribuía agua entre la población. El aguador era una profesión muy popular en épocas en que no estaba generalizado el suministro de agua corriente" y aunque esperamos que en el futuro no tengamos que ver resucitar ninguna figura parecida, no deja de ser romántico el recuerdo que aun pervive en países próximos como Marruecos.

El aguador en España

Para conducir el agua potable a las casas, los aguadores guiaban dos o tres borriquillos de los cuales llevaban unas angarillas con media docena de cantaritos de barro cocido y con ellos subían los conductores a las habitaciones y llenaban las tinajas o cacharros que para el objeto tenían destinados los vecinos. Estos modestos traficantes del agua se hallaban agremiados y cobraban una tarifa en función de la cantidad suministrada. Posteriormente, se introdujo otra clase de aguadores que con un carro de cubo y una caballería hacían el servicio de trasportar el agua a las casas.

En Madrid, el oficio de aguador se prolongó por cuatro siglos, hasta el siglo XX. Se reunían en las principales fuentes de la ciudad para abastecerse de agua y distribuirla a las casas de los compradores. Existían numerosos tipos de aguadores en función del tipo de agua que acarreaban.

Los aguadores en la actualidad     

 
Aguador en Rabat,
Marruecos.
 
Actualmente, todavía existen aguadores en algunos países como en Siria, Marruecos o Ecuador. En particular, en Marruecos, el oficio persiste suministrando agua con una cazuelita a los transeúntes, si bien muchos se han convertido en una mera atracción turística al situarse ataviados con el traje tradicional en los puntos más populares de algunas ciudades como Marrakech.

Fuente: Wikipedia.


martes, 26 de marzo de 2013

LOS BARBEROS







"Han pasado muchos años desde mi última visita a una típica y antigua barbería en el verano de 1982" ...

Una amiga me traía en 600 hacia Madrid, tras asistir a la ordenación sacerdotal de un antiguo compañero de colegio en la ciudad de Logroño. Aquel coche era una terrible pesadilla, pues se calentaba y apenas hacíamos un promedio de 50 km/h. Al pasar por Soria dije que tenia familia allí y que había decidido quedarme con ellos. Mentira piadosa para no seguir soportando el suplico de un viaje en Seat 600...

Me había alojado en una pensión soriana y por la mañana vi aquella barbería en la proximidad, sintiendo la curiosidad de que me afeitaran con navaja...



Me recordaba la infancia cuando acompañaba a mi padre en su pueblo, frecuentando con él ese servicio que aprovechaba también como peluquería. Lo que mas añoro era la brillante locuacidad conversadora de aquel barbero con sus opiniones e interrogatorios...

El oficio de barbero ya era muy antiguo, pues sabemos que en la antigua Grecia y Roma ya satisfacían a los hombres sus necesidades de “acicalado” aun contando con recursos muy primitivos, pero siempre ofreciendo una asistencia puntual todas las mañanas que convertían la “barbería” en punto de reunión para toda clase de ociosos ávidos de noticias.
 
Resultaba de tremendo mérito la capacidad de aquel barbero en saber la respuesta de toda clase de preguntas que se le hacían, combinando su habilidad con la navaja, la tijeras o el peine con la imitación inclusive de los personajes protagonistas de la charla.

¡Era imposible el ser afeitado sin estar sometidos a la prodigiosa verborrea de estos personajes !

Aquellas barberías-peluquerías seguían siendo el lugar privilegiado para analizar la prensa y los acontecimientos del devenir diario.
 

Se cumplía entonces una necesidad de información que los tiempos modernos han cambiado con otros medios que no han podido borrar de nuestro recuerdo la memoria de aquellos rasurados y las primeras lociones de nuestra experiencia, que incluso hoy nos traen el recuerdo de su olor. 

La nostalgia de  sus letreros-anuncio con barras rojas y azules, las peticiones de "vez" y el resultado de aquellos afeitados apurados que posiblemente no hayamos podido imitar con los recursos modernos...

Dario Pozo Ruz, desde Valdepeñas. 



viernes, 15 de marzo de 2013

RECUERDOS DE UN PUEBLO OPRIMIDO










" Sangre roja de heridas profundas,
que reclaman respuesta callada...

Sangre vieja, de hermanos perdidos
que reclaman venganza...

Un grito apagado con desgarro del pobre,
y en el silencio de la noche...

¡ El estruendo de los fusiles !

¡ Ya somos menos los que luchamos contra el tirano !

Pero la victoria será nuestra, con carteles de 

¡Aleluya! escritos con sangre roja"  


E.P.M


  

AQUELLOS TRENES DE MI INFANCIA





“Entonces vivíamos un mundo sin tanta prisa con poca esperanza de salir de aquel estado de pobreza y casi miseria, propios de nuestro asumido papel de ciudadanos de un país subdesarrollado.

No eran tiempos ni de electrodomésticos de frío ni calor.

En la Escuela los niños nos turnábamos para hacer la compra de carbón y prender la estufa que haría hervir una lata con hojas de eucalipto cual ambientador de aquel tiempo que descansa en los viejos recuerdos de los años 50...

Todos los veranos mis padres me mandaban “al pueblo” en un interminable viaje en tren de vapor que recorría aquellos 230 km. en ocho horas de resoplidos, hollín y “tarteras” de tortilla de patata compartida con los compañeros de viaje.

Eramos una generación sin prisas, pobres, pero honrados.

Los vagones de madera eran recorridos por vendedores ambulantes de “miel de la alcarria” o “almendras de Alcalá”...

La única rebeldía: “asomar la cabeza por la ventanilla” observando el discurrir del paisaje entre lágrimas que el humo de la máquina provocaba...



A la mitad del trayecto la parada era suficientemente larga como para permitir que unos operarios fueran golpeando con sus mazas las zapatas de los frenos, verificando todo, mientras se sustituía la máquina de vapor por otra “mas fresca” para acometer el buen término del trayecto.

Los ojos asombrados de chiquillo se fijaban con temor en aquellas figuras envueltas en capa verde oliva, cubiertas con el respetado tricornio y el grupo de hombres demacrados que esposados con grilletes ocupaban su puesto en aquel vagón de “tercera”...

Tras sonar aquel lastimero silbato los últimos viajeros se montaban apresuradamente al estribo y de nuevo seguíamos viaje entre tragos de vino en bota los adultos y los niños gozando con entusiasmo del repiqueteo producido al pasar por puentes o el ahogado estruendo que producían los “túneles” …

Tiempos de esperanza que con los años nos hace retroceder imaginariamente: los tiempos pasados, pasados están” ...: 

 Dario Pozo Ruz.

jueves, 14 de marzo de 2013

LA HISTORIA DE PEPILLO... un cuento de Luis Chacón de la Torre, desde Valdepeñas





LA HISTORIA DE PEPILLO DE LA TORRE, EL PAJARITO QUE NO SABÍA VOLAR




Pepillo de la Torre eclosionó un apacible día de agosto en el nido de sus padres. Como buenos petirrojos, Emilia y José habían elegido un precioso y acogedor nidito adosado a las afueras del parque, lejos de los ruidos y la algarabía del centro, en la Urbanización “Los Pajaritos”. 

La inmobiliaria les había aconsejado esa zona no solo por la tranquilidad, sino también por los servicios de que disponía: fuente de agua potable para chapotear, frondosos y verdes jardines repletos de gusanitos e insectos para comer, paseos con bancos para los humanos con arrugas que lanzaban migas de pan al suelo, farolas altas para posarse, riego por goteo para beber...

 Todo era ventajas, así que los padres de Pepillo hicieron un gran esfuerzo, y con las semillas ahorradas de toda una vida, compraron el nidito adosado orientado al Sur en la rama 24 del fresno nº 8.


Para Pepillo su nacimiento fue un momento excitante. Desde que su madre había puesto los cuatro huevos, no había dejado de pensar en el momento de su eclosión. Ya dentro del cascarón había intentado piar para comunicarse con sus hermanitos, pero tan bien precintado estaba el huevo que apenas había podido emitir sonido alguno. Soñaba con romper el cascarón, saludar a sus hermanos y alimentarse mucho para hacerse fuerte y aprender a volar en la escuela. Sin embargo, Pepillo se adelantó a su eclosión una semana debido a las ansias que tenía por salir, lo que sorprendió a sus padres sobremanera.

 



- ¿Seguro que no es un cuco? – preguntó intrigado José a su mujer-. ¡No es normal que haya nacido tan pronto! ¡Y mira que grande y hermoso ha salido!


Todos los pájaros de la Urbanización conocían de sobra las incursiones de los cucos en esa zona del parque. Estas aves se introducían sigilosamente en los nidos con huevos de otras parejas para depositar el suyo, y tan pronto lo dejaban, se iban. Los propietarios del nido apenas notaban la diferencia, e incubaban el huevo del cuco junto con los suyos sin percatarse de que había uno de más. El polluelo de cuco eclosionaba siempre antes que el resto, así se alimentaba mejor y se criaba más fuerte que los demás. Por esta razón José, el padre de Pepillo, dudaba de la naturaleza de su hijo.


- No puede ser un cuco, cariño - le respondió Emilia-. Míralo bien, tiene tus ojos... y tu pico.


José no podía negar el parecido de su polluelo con él, pero seguía intranquilo.


- ¿Estás segura de que pusiste cuatro huevos? - preguntó enarcando una ceja-. ¡A lo mejor deberíamos hacer una prueba de paternidad!


Emilia miró a su marido enojada. Puso su ala izquierda sobre la cintura y con la derecha le señaló la salida del nido adosado.


- ¡Ya estás buscando lombrices para tu hijo, y como escuche otra tontería igual duermes en el sofá! - y acto seguido encendió la aspiradora para limpiar el nido, pues el médico de cabecera le había recomendado mantener las habitaciones libres de ácaros.


Igualita que su madre”, pensó José, y se fue a por lombrices. “Quizás a este huevo le daba más el Sol y por eso ha incubado más deprisa. ¡Es lo que tiene un nido orientado al Sur!”. Intentaba justificar en vano el adelanto de Pepillo.


José se cogió la baja por paternidad antes de lo previsto, y se limitó a alimentar a Pepillo y a mantener el pico cerrado para no enfadar a su esposa. Pepillo sin embargo no entendía nada de lo que ocurría. ¿Dónde estaban sus hermanitos? ¿Por qué no salían del cascarón? ¿Por qué reñían tanto sus padres? ¿Qué era eso de la hipoteca del nido de la que tanto hablaban? ¿Qué querían decir con que era prematuro? No comprendía muchas cosas de los mayores, pero no le importaba porque en breve romperían el cascarón sus hermanos y tendría con quién jugar y hablar. 
 

Una semana más tarde eclosionaron los tres huevos restantes; Manolillo, Paquito y Carmencilla, en ese orden. José y Emilia recibieron a los tres polluelos con gran alegría y alborozo, pues ahora sí que podrían recibir las Ayudas por Familia Numerosa, y eso era una muy buena noticia. Pepillo los recibió uno a uno según iban rompiendo el cascarón, pero en lugar de sonreírle y contestar a su saludo, rompían a piar escandalosamente pidiendo alimento a sus padres. 
 

Pepillo les iba dando pequeños insectos que caían en el nido o que capturaba él mismo, pero no recibía a cambio agradecimiento alguno. ¡¡Incluso se peleaban por los gusanitos entre ellos!! A Pepillo le entristecía el comportamiento de sus hermanos, y pronto se dio cuenta del rechazo que sufría por su parte. No jugaban ni eran cariñosos con él. ¿Era por su tamaño? Pepillo pensaba que al ser más grande quizás les daba miedo. Al fin y al cabo era una cresta más alto que ellos e incluso calzaba un 18 cuando sus hermanos usaban un 16 de pezuña.


Con el paso de las semanas todos los polluelos fueron echando pluma y haciéndose más fuertes. Su madre además les daba jalea real y vitaminas por las mañanas para que crecieran sanos. Carmencilla, la más pequeña de la prole, observaba desde el nido a los gatitos del parque amantándose de leche de la mamá gata, lo que le generaba dudas.


- Mami, ¿no nos das leche a nosotros? - le preguntó un día a Emilia.


- Carmencilla - le contestó–, hay que evitar las dietas ricas en Calcio porque los pájaros debemos tener los huesos huecos para pesar menos, lo que nos ayuda a volar. 
 

Sin embargo Pepillo no podía asomarse al balcón como los demás, pues cuando miraba hacia abajo veía todo difuso y sufría vértigos, y tenía que regresar al fondo del nido para recuperarse del mareo. Le inquietaba mucho todo esto, porque si no podía soportar las alturas... ¿cómo iba a echar a volar? Manolillo y Paquito se reían de él y se mofaban piando a cada momento “Pepillo tiene vértigos, Pepillo tiene vértigos “. Sólo Carmencilla le respetaba y evitaba unirse a las crueles canciones de sus hermanos, sin embargo no podía defenderlo porque era la más pequeña y estaba en desventaja. A Pepillo no le preocupaba estar sólo frente a sus hermanos porque era más grande y fuerte que ellos, pero tampoco se aprovechaba de esa ventaja para defenderse, pues no le gustaba la violencia y evitaba los enfrentamientos. 

“¿No seré adoptado?”, pensaba Pepillo al verse tan distinto de sus hermanos.


Un día Emilia reunió a todos sus polluelos y les dio una noticia:


- Chiquitines míos, ya sois fuertes y sabéis piar lo básico – y miró a todos cariñosamente-. Mañana iréis a la escuela para aprender lo necesario; como a mover las alas correctamente, a piar advirtiendo del peligro a los demás, a localizar insectos entre la hojarasca, a diferenciar los trozos de pan de los filtros de las colillas... y muchas otras cosas interesantes y útiles para cuando echéis a volar por libre.


Todos excepto Pepillo estaban entusiasmados con la escuela, pues pensaba que iba a encontrar el mismo rechazo entre los compañeros de clase. Sin embargo no fue así, porque al colegio acudían polluelos de muchas especies diferentes, como abejarucos, golondrinas, ruiseñores, mirlos, gorriones, autillos, chorlitos, estorninos... y al ser casi todos distintos en formas y colores, Pepillo de la Torre pasaba más desapercibido entre ellos. Sólo al juntarse con sus hermanos destacaba por su tamaño, por lo que decidió evitarlos tanto como pudiera, y al mismo tiempo esquivaba sus burlas. Tal era la diversidad de especies en la clase que hasta tenían un pajarillo extranjero de intercambio, un polluelo de cigüeña, al parecer.

 



Pepillo pronto destacó sobre los demás alumnos por su gran inteligencia. Demostraba un instinto superior a sus compañeros a la hora de resolver situaciones cotidianas. Era el primero en localizar lombrices bajo el suelo por las vibraciones que sentía en su pico, siempre reaccionaba el primero cuando se aproximaba sigilosamente un gato entre los arbustos... pero era en la asignatura de Educación Física donde desplegaba todo su poderío. Gracias a que era más grande que el resto, tenía más fuerza y mejores reflejos. Pepillo era capaz de excavar con el pico más deprisa que los demás, también era el más veloz corriendo por la gravilla del parque, y en las clases de natación nadie era capaz de superarlo.


Flojeaba no obstante en la Asignatura de “Vuelo”, donde la teoría no significaba un problema para él, pero cuando tenían las clases prácticas se ponía excesivamente nervioso y no daba pata con bola. En cuanto se aproximaba a la plataforma de despegue comenzaba a marearse y a sudar como un pollo, las alas le temblaban y la cola se le plegaba hacia abajo, lo que le impedía despegar correctamente. Todos sus compañeros habían realizado varios saltos, con mejor o peor éxito, pero Pepillo de la Torre era incapaz de asomarse al vacío. Debido a estos problemas, la tutora de Pepillo, Doña Juani, una paloma vieja y experimentada, citó a sus padres una tarde en la escuela para hablar con ellos.


- Pepillo tiene que ir a “Clases Particulares de Vuelo” - les dijo la maestra, sin rodeos-. Muestra unas aptitudes increíbles en el resto de asignaturas, pero tiene un grave problema con el salto... – e hizo una pausa-. ¡¡Es que no lo da!!


Emilia y José se miraron sorprendidos, pues desconocían este hecho.


- Pepillo es tremendo en la Asignatura de “Caza” - continuó la maestra-, ¡coge las moscas al vuelo! Destaca sobremanera en clase de “Amenazas”, pues intuye el peligro de forma innata. Y no digamos en “Bricolage”... construye unos nidos espectaculares.


- ¡Y en Educación Física! - apuntó orgulloso José.


- Y en Educación Física... – subrayó Doña Juani levantando un ala-. Pero no es suficiente para sobrevivir en este mundo tan peligroso y lleno de depredadores por todas partes – y miró a los padres de Pepillo y agitó la cabeza adelante y atrás, como suelen hacer las palomas-. ¿Qué hará cuando se vea rodeado de gatos? ¿Cómo se salvará de un incendio si el árbol se prende? ¿Cómo picoteará la fruta de las ramas?...


Los padres de Pepillo guardaron silencio, pero sus caras expresaban lo mismo que la maestra: preocupación. Doña Juani les señaló un cuenco con lombrices que tenía sobre la mesa de su despacho invitándoles a coger.


- Por favor, tomen unos caramelos y piensen en lo que les he dicho.

 


Emilia y José picotearon unas lombrices por cortesía y se fueron volando a su nido adosado para decidir qué hacer con Pepillo. Ya en su dormitorio, José se miraba la cresta en el espejo del baño.


- Estoy perdiendo plumas de los disgustos - piaba preocupado a su esposa-. ¡Tengo una pequeña calva y todo! ¡Mira! – y le señaló la coronilla con un ala.


- No digas tonterías - le espetó su mujer, acercándose-. Se te caen más plumas ahora porque es Otoño, ¡como a todo el mundo por estas fechas! - y echó un vistazo a su marido por encima-. Quizás debamos llevar a Pepillo al psicólogo...


- ¿Al psicólogo? - trinó su marido-. ¿Tú sabes las semillas que nos quedan al mes después de pagar la hipoteca? - José levantó las alas y bajó una cajita que tenían escondida encima del armario-. Ya hemos pagado la luz y el gas, también el material escolar de los niños, que no sé para qué necesitan tantos libros, pero bueno... 
 

- Sí, lo sé – continuó su mujer-. Y si queremos veranear otra vez en Doñana... ¡no podemos tener más gastos! Hay que buscar una solución.


- ¡La madre que te parió! - pió José con las plumas extendidas.


- ¡Oye, un respeto! - le contestó enojada su esposa-. ¡No te pongas gallito!


- No, no, mujer... - la tranquilizó José-. Digo que tu madre, que como fue psicóloga... podría tratar a Pepillo en su consulta... – e hizo una pausa- ...de gratis...


- ¡Mi madre se jubiló hace unos años, por si no te acuerdas! - puntualizó Emilia con las alas en jarras-. ¡Y quién sabe dónde estará ahora con tantos viajes que organizan últimamente para los pensionistas! ¡En cualquier humedal e hinchándose con los bufetes libres de esos, que les ponen migas de pan resecas y todo!



- Bueno, llámala - le dijo suavemente su esposo-, no perdemos nada...


Emilia cogió el móvil y comenzó a teclear el número de su madre.


- ¡Pero llámala por el fijo, mujer! - le pió José con gesto de ruego-. ¡Que nos salen gratis las llamadas Inter-forestales! ¡Y además os pasáis horas y horas dándole al pico!



Unas semanas después, y aprovechando que empezaban las vacaciones de Navidad, Pepillo de la Torre se fue a visitar a su abuela, doña Gabi, a otro parque de la ciudad. Como no podía volar, sus padres tuvieron que pagarle un billete de “Viajes el Pato Inglés”, donde podía viajar transportado en una cestilla colgada de dos fuertes y potentes patos.

 Todos sus hermanos le despidieron en el hangar haciéndole burlas. Como además le daba miedo abrir los ojos, los llevó tapados con una cinta negra todo el trayecto, por lo que no pudo disfrutar del vuelo. Cuando Pepillo bajó de la cesta, su abuela lo reconoció por su trino además de por los vómitos, pues aún no se habían visto desde que eclosionó. Doña Gabi era una petirroja entrada en años, regordeta, y llevaba el plumaje cardado con una permanente típica de las señoras de su edad. Su color era apagado, y en la patilla derecha llevaba una especie de anillo dorado con una fecha impresa en él. 
 

- Hola abuela - la saludó con educación-. ¿Qué es eso que lleva en la pata?


- Oh, esto... – Giró la cabeza hacia abajo-, es mi anillo de compromiso.



- Le he traído de parte de mi padre una lata de insectos en escabeche y una tarta de gusanos - le dijo Pepillo mientras sacaba de su bolsa de viaje dos cajitas bien precintadas y con lacitos rojos-. ¡Son productos típicos de nuestro parque!


- ¡Bien sabe tu padre que yo sólo como ensaladas de moscas! - grunó doña Gabi con gesto adusto-. Nunca me ha caído bien este José. Dejaba plantada a mi hija y se iba de picos pardos. ¡Siempre ha sido un pájaro!


Pepillo y su abuela se fueron andando hacia un viejo roble que crecía junto a un estanque. A lo lejos Pepillo avistó una figura en la base del árbol, parecía un animalillo chiquitín, pero no lo distinguía bien. 
 

- ¿Qué hay allí, abuela? – preguntó. Doña Gabi lo miró extrañada.


Al aproximarse descubrió que era un topillo. Llevaba una serie de papelillos pegados en el pecho. Tenía los párpados cerrados, pues como todos sabemos, los topillos son ciegos. En la mano llevaba un palillo usado a modo de bastoncillo.


- Es Benito, el vendedor de cupones del parque - susurró doña Gabi a su ñieto. Luego se dirigió al topillo-. Benito, guapo, dame uno que toque.


Tomaron el ascensor para subir, ya que la abuela era demasiado anciana como para volar con Pepillo a cuestas, y una vez arriba entraron en un amplísimo ático-nido con unas espectaculares vistas al estanque. Pepillo trinó de admiración.


- ¿Así que tienes problemas para volar? – le preguntó la abuela desde la cocina mientras ponía al fuego una olla repleta de agua. 
 

- Sí... me mareo en las alturas – admitió Pepillo con resignación-. Mis hermanos ya llevan la L de prácticas a la espalda mientras que yo aún ni he podido dar un salto en condiciones... y lo peor de todo es que se ríen de mí. Me desprecian porque no sé volar.


- Bueno, eso debe tener alguna causa, porque no pareces un miedica - dijo doña Gabi mirándolo de arriba abajo-. Una vez cacé un gusano de seda y me contó que su madre había puesto 500 huevos de una sentada, y que ninguno de sus hermanos le llamaba ni le escribía, así que no te apures, son cosas normales.- La abuela le señaló un adorno de cerámica que había sobre una estantería-. Anda, Pepillo, que tú eres más alto que yo. Alcánzame esa vasija de ahí encima, que yo no llego. 
 

- ¿Qué es esto? - le preguntó mientras le daba la extraña vasija.





- Son las cenizas de tu abuelo - contestó Gabi mientras abría la tapa, acercaba la urna a la olla y vertía unas pocas cenizas en el agua-. Hoy cenamos caldo de pollo.



Una semana después, los padres de Pepillo recibieron una llamada de doña Gabi. José cogió el teléfono esperando que fuera su hijo el que llamaba.


- ¡Hijo mío! – trinó de alegría-. ¿Cómo estás? ¿Te da bien de comer la bruja?


- ¡Come mejor que en su casa, pájaro de mal agüero! – le contestó su suegra al otro lado de la línea-. ¡Pásame con mi hija, zoquete!


José soltó el teléfono del susto y se fue corriendo del salón. Emilia tomó el auricular sabiendo de antemano que era su madre la que estaba llamando.


- ¡Hola mamá! ¿Cómo está Pepillo? ¿Se porta bien? – le preguntó mientras se atusaba las alas-. ¿Pía por las noches en sueños? ¡Que no me entere yo de que le has dejado la video-consola para jugar, que luego es muy difícil quitarles los vicios! Ah, ya sabes que el billete era de ida y vuelta, no tienes que comprar otro ticket, porque estamos en crisis y hay que ahorrar... 
 

- Emi, hija mía... – contestó doña Gabi con un suspiro de paciencia-. No será necesario el billete porque el niño volverá volando conmigo.


- ¿Cómo? - preguntó Emilia, perpleja-. ¡¿Cómo has dicho que volverá el niño?! - trinó a su madre.


- Volaaaaando, hija, volaaaaando... – repitió doña Gabi, mascando las palabras.


- No puede ser, no es cierto.- La emoción llenó de lágrimas los ojos de Emilia.


- Dentro de una semana estaremos allí - le dijo doña Gabi, y colgó.


Emilia y José estuvieron toda la cena pensando en Pepillo. ¿Qué había podido hacer la abuela para que el niño venciera su miedo? ¿Cómo era posible que en una semana hubiera terminado con su vértigo? ¿Les devolverían los de “Viajes el Pato Inglés” las semillas que habían pagado por el billete de vuelta? 

Era muy importante que Pepillo aprendiera a volar para no perder las Becas para Migración que otorgaban todos los años desde la Consejería de Vuelo. Cansados de pensar en el futuro, mulleron el colchón de pluma de ganso que les regalaron por su boda, ahuecaron las alas y se pusieron a dormir soñando con gusanos, lombrices y frutos secos.



Pasadas las dos semanas de vacaciones de Navidad, y transcurrida una semana desde que hablaron con doña Gabi, Emilia y José se prepararon junto con sus polluelos para recibir a Pepillo y a la abuela. Sin embargo, el día avanzaba y éstos no llegaban. Carmencilla aprovechó para hacer los deberes del colegio, pero tuvo una duda.


- Mami - pió Carmencilla a su madre-. Si el masculino de la gallina es el gallo, y el masculino de la vaca es el toro... ¿Cuál es el masculino de la oca?


- Ay, hija mía... – contestó Emilia-. El masculino de la oca es el parchís.


Y como estaban tan nerviosos, se pusieron a jugar al parchís en el salón. Y cuando ya se habían olvidado de Pepillo y doña Gabi, de repente aparecieron ambos en la terraza del nido. Tal fue la sorpresa para la familia que nadie pudo articular un trino. A Manolillo, que estaba agitando el cubilete en ese momento, se le escapó el dado y le golpeó en el ojo. Al piar de dolor reaccionaron los demás, y fueron volando a la terraza. Todos estaban alucinando con Pepillo. ¿Cómo era posible que hubiera llegado volando, con el miedo que tenía a las alturas? Todos abrazaron a la abuela y a Pepillo, aunque sus hermanos lo miraron de reojo. 
 

- ¡Madre, por el amor de Dios! – trinó Emilia-. ¿Cómo lo has curado?


Doña Gabi se sonrió y metió el ala en su bolso. Sacó un objeto y se acercó a Pepillo. Como estaba tan rellenita no pudieron ver lo que hacía, pero cuando se retiró, todos piaron de la sorpresa. ¡Pepillo tenía puestas unas gafas!


- ¡Vuestro hijo tiene miopía! ¡Que sois unos melones! – chilló Doña Gabi-. Sospeché de su mala visión cuando lo llevé a mi ático-nido y no pudo distinguir de lejos al topillo que vendía los cupones, así que lo llevé al oftalmólogo para que le revisara la vista. ¡Y sonó la campana! ¡Vuestro Pepillo no es que tenga miedo a las alturas, es que como no ve bien de lejos, al asomarse desde tan alto ve todo borroso y se marea!


Todos piaron asombrados y se acercaron a Pepillo para verlo mejor. Llevaba unas gafas especiales para pajarillos, con una cinta elástica para que no se cayeran de la cabeza. Estaba distinto, parecía un intelectual, parecía... ¡más inteligente y todo!


- Ahora puedo volar sin miedo a los mareos - trinó orgulloso Pepillo-. ¡Y podré irme de migraciones con vosotros! ¡Y además con la compra de estas gafas me han regalado otras de sol porque estaban de promoción 2 por 1!


Sus hermanos lo miraban absortos, se habían quedado con el pico cerrado. De pronto Manolillo y Paquito se miraron, y se les empezó a dibujar una sonrisa en el pico. Se volvieron hacia Pepillo y comenzaron a cantarle “¡Cuatro ojos! ¡Cuatro ojos!”, pero a Pepillo ya le daban igual las burlas, sabía volar y eso le hacía enormemente feliz. No le importaba que se rieran de él. Se acercó a Carmencilla y la cogió del ala. La pequeña notó que su hermano le había depositado algo. Era un cartoncillo con un número y una foto de un ánade.


- Es un cupón para el “Sorteo del Polluelo”, ahora en enero. A ver si te toca - le explicó Pepillo, y se marchó volando por la terraza piando una canción.


Emilia y José estaban reunidos con doña Gabi en el salón, hablando de cosas de mayores mientras tomaban un revuelto de gusanitos con sémola de trigo. La abuela miró en derredor para comprobar que los críos no la escuchaban y les susurró:


- Por cierto, por si no os habéis dado cuenta... - miró muy seriamente a Emilia y a José-. Que sepáis que vuestro Pepillo no es un petirrojo, que es un cuco.



Y colorín colorado, Pepillo de la Torre y su familia fueron felices y comieron perdices... aunque seguramente perdices no comieron al final, porque son primas lejanas de los petirrojos y el canibalismo en la familia está muy mal visto.



FIN




Luis Chacón de la Torre (Valdepeñas)  es el autor de este cuento que ganó el III Concurso de cuentos infantiles "Felix Pardo"... 

Comentarios al autor: maluischacon@hotmail.com