jueves, 14 de marzo de 2013

LA HISTORIA DE PEPILLO... un cuento de Luis Chacón de la Torre, desde Valdepeñas





LA HISTORIA DE PEPILLO DE LA TORRE, EL PAJARITO QUE NO SABÍA VOLAR




Pepillo de la Torre eclosionó un apacible día de agosto en el nido de sus padres. Como buenos petirrojos, Emilia y José habían elegido un precioso y acogedor nidito adosado a las afueras del parque, lejos de los ruidos y la algarabía del centro, en la Urbanización “Los Pajaritos”. 

La inmobiliaria les había aconsejado esa zona no solo por la tranquilidad, sino también por los servicios de que disponía: fuente de agua potable para chapotear, frondosos y verdes jardines repletos de gusanitos e insectos para comer, paseos con bancos para los humanos con arrugas que lanzaban migas de pan al suelo, farolas altas para posarse, riego por goteo para beber...

 Todo era ventajas, así que los padres de Pepillo hicieron un gran esfuerzo, y con las semillas ahorradas de toda una vida, compraron el nidito adosado orientado al Sur en la rama 24 del fresno nº 8.


Para Pepillo su nacimiento fue un momento excitante. Desde que su madre había puesto los cuatro huevos, no había dejado de pensar en el momento de su eclosión. Ya dentro del cascarón había intentado piar para comunicarse con sus hermanitos, pero tan bien precintado estaba el huevo que apenas había podido emitir sonido alguno. Soñaba con romper el cascarón, saludar a sus hermanos y alimentarse mucho para hacerse fuerte y aprender a volar en la escuela. Sin embargo, Pepillo se adelantó a su eclosión una semana debido a las ansias que tenía por salir, lo que sorprendió a sus padres sobremanera.

 



- ¿Seguro que no es un cuco? – preguntó intrigado José a su mujer-. ¡No es normal que haya nacido tan pronto! ¡Y mira que grande y hermoso ha salido!


Todos los pájaros de la Urbanización conocían de sobra las incursiones de los cucos en esa zona del parque. Estas aves se introducían sigilosamente en los nidos con huevos de otras parejas para depositar el suyo, y tan pronto lo dejaban, se iban. Los propietarios del nido apenas notaban la diferencia, e incubaban el huevo del cuco junto con los suyos sin percatarse de que había uno de más. El polluelo de cuco eclosionaba siempre antes que el resto, así se alimentaba mejor y se criaba más fuerte que los demás. Por esta razón José, el padre de Pepillo, dudaba de la naturaleza de su hijo.


- No puede ser un cuco, cariño - le respondió Emilia-. Míralo bien, tiene tus ojos... y tu pico.


José no podía negar el parecido de su polluelo con él, pero seguía intranquilo.


- ¿Estás segura de que pusiste cuatro huevos? - preguntó enarcando una ceja-. ¡A lo mejor deberíamos hacer una prueba de paternidad!


Emilia miró a su marido enojada. Puso su ala izquierda sobre la cintura y con la derecha le señaló la salida del nido adosado.


- ¡Ya estás buscando lombrices para tu hijo, y como escuche otra tontería igual duermes en el sofá! - y acto seguido encendió la aspiradora para limpiar el nido, pues el médico de cabecera le había recomendado mantener las habitaciones libres de ácaros.


Igualita que su madre”, pensó José, y se fue a por lombrices. “Quizás a este huevo le daba más el Sol y por eso ha incubado más deprisa. ¡Es lo que tiene un nido orientado al Sur!”. Intentaba justificar en vano el adelanto de Pepillo.


José se cogió la baja por paternidad antes de lo previsto, y se limitó a alimentar a Pepillo y a mantener el pico cerrado para no enfadar a su esposa. Pepillo sin embargo no entendía nada de lo que ocurría. ¿Dónde estaban sus hermanitos? ¿Por qué no salían del cascarón? ¿Por qué reñían tanto sus padres? ¿Qué era eso de la hipoteca del nido de la que tanto hablaban? ¿Qué querían decir con que era prematuro? No comprendía muchas cosas de los mayores, pero no le importaba porque en breve romperían el cascarón sus hermanos y tendría con quién jugar y hablar. 
 

Una semana más tarde eclosionaron los tres huevos restantes; Manolillo, Paquito y Carmencilla, en ese orden. José y Emilia recibieron a los tres polluelos con gran alegría y alborozo, pues ahora sí que podrían recibir las Ayudas por Familia Numerosa, y eso era una muy buena noticia. Pepillo los recibió uno a uno según iban rompiendo el cascarón, pero en lugar de sonreírle y contestar a su saludo, rompían a piar escandalosamente pidiendo alimento a sus padres. 
 

Pepillo les iba dando pequeños insectos que caían en el nido o que capturaba él mismo, pero no recibía a cambio agradecimiento alguno. ¡¡Incluso se peleaban por los gusanitos entre ellos!! A Pepillo le entristecía el comportamiento de sus hermanos, y pronto se dio cuenta del rechazo que sufría por su parte. No jugaban ni eran cariñosos con él. ¿Era por su tamaño? Pepillo pensaba que al ser más grande quizás les daba miedo. Al fin y al cabo era una cresta más alto que ellos e incluso calzaba un 18 cuando sus hermanos usaban un 16 de pezuña.


Con el paso de las semanas todos los polluelos fueron echando pluma y haciéndose más fuertes. Su madre además les daba jalea real y vitaminas por las mañanas para que crecieran sanos. Carmencilla, la más pequeña de la prole, observaba desde el nido a los gatitos del parque amantándose de leche de la mamá gata, lo que le generaba dudas.


- Mami, ¿no nos das leche a nosotros? - le preguntó un día a Emilia.


- Carmencilla - le contestó–, hay que evitar las dietas ricas en Calcio porque los pájaros debemos tener los huesos huecos para pesar menos, lo que nos ayuda a volar. 
 

Sin embargo Pepillo no podía asomarse al balcón como los demás, pues cuando miraba hacia abajo veía todo difuso y sufría vértigos, y tenía que regresar al fondo del nido para recuperarse del mareo. Le inquietaba mucho todo esto, porque si no podía soportar las alturas... ¿cómo iba a echar a volar? Manolillo y Paquito se reían de él y se mofaban piando a cada momento “Pepillo tiene vértigos, Pepillo tiene vértigos “. Sólo Carmencilla le respetaba y evitaba unirse a las crueles canciones de sus hermanos, sin embargo no podía defenderlo porque era la más pequeña y estaba en desventaja. A Pepillo no le preocupaba estar sólo frente a sus hermanos porque era más grande y fuerte que ellos, pero tampoco se aprovechaba de esa ventaja para defenderse, pues no le gustaba la violencia y evitaba los enfrentamientos. 

“¿No seré adoptado?”, pensaba Pepillo al verse tan distinto de sus hermanos.


Un día Emilia reunió a todos sus polluelos y les dio una noticia:


- Chiquitines míos, ya sois fuertes y sabéis piar lo básico – y miró a todos cariñosamente-. Mañana iréis a la escuela para aprender lo necesario; como a mover las alas correctamente, a piar advirtiendo del peligro a los demás, a localizar insectos entre la hojarasca, a diferenciar los trozos de pan de los filtros de las colillas... y muchas otras cosas interesantes y útiles para cuando echéis a volar por libre.


Todos excepto Pepillo estaban entusiasmados con la escuela, pues pensaba que iba a encontrar el mismo rechazo entre los compañeros de clase. Sin embargo no fue así, porque al colegio acudían polluelos de muchas especies diferentes, como abejarucos, golondrinas, ruiseñores, mirlos, gorriones, autillos, chorlitos, estorninos... y al ser casi todos distintos en formas y colores, Pepillo de la Torre pasaba más desapercibido entre ellos. Sólo al juntarse con sus hermanos destacaba por su tamaño, por lo que decidió evitarlos tanto como pudiera, y al mismo tiempo esquivaba sus burlas. Tal era la diversidad de especies en la clase que hasta tenían un pajarillo extranjero de intercambio, un polluelo de cigüeña, al parecer.

 



Pepillo pronto destacó sobre los demás alumnos por su gran inteligencia. Demostraba un instinto superior a sus compañeros a la hora de resolver situaciones cotidianas. Era el primero en localizar lombrices bajo el suelo por las vibraciones que sentía en su pico, siempre reaccionaba el primero cuando se aproximaba sigilosamente un gato entre los arbustos... pero era en la asignatura de Educación Física donde desplegaba todo su poderío. Gracias a que era más grande que el resto, tenía más fuerza y mejores reflejos. Pepillo era capaz de excavar con el pico más deprisa que los demás, también era el más veloz corriendo por la gravilla del parque, y en las clases de natación nadie era capaz de superarlo.


Flojeaba no obstante en la Asignatura de “Vuelo”, donde la teoría no significaba un problema para él, pero cuando tenían las clases prácticas se ponía excesivamente nervioso y no daba pata con bola. En cuanto se aproximaba a la plataforma de despegue comenzaba a marearse y a sudar como un pollo, las alas le temblaban y la cola se le plegaba hacia abajo, lo que le impedía despegar correctamente. Todos sus compañeros habían realizado varios saltos, con mejor o peor éxito, pero Pepillo de la Torre era incapaz de asomarse al vacío. Debido a estos problemas, la tutora de Pepillo, Doña Juani, una paloma vieja y experimentada, citó a sus padres una tarde en la escuela para hablar con ellos.


- Pepillo tiene que ir a “Clases Particulares de Vuelo” - les dijo la maestra, sin rodeos-. Muestra unas aptitudes increíbles en el resto de asignaturas, pero tiene un grave problema con el salto... – e hizo una pausa-. ¡¡Es que no lo da!!


Emilia y José se miraron sorprendidos, pues desconocían este hecho.


- Pepillo es tremendo en la Asignatura de “Caza” - continuó la maestra-, ¡coge las moscas al vuelo! Destaca sobremanera en clase de “Amenazas”, pues intuye el peligro de forma innata. Y no digamos en “Bricolage”... construye unos nidos espectaculares.


- ¡Y en Educación Física! - apuntó orgulloso José.


- Y en Educación Física... – subrayó Doña Juani levantando un ala-. Pero no es suficiente para sobrevivir en este mundo tan peligroso y lleno de depredadores por todas partes – y miró a los padres de Pepillo y agitó la cabeza adelante y atrás, como suelen hacer las palomas-. ¿Qué hará cuando se vea rodeado de gatos? ¿Cómo se salvará de un incendio si el árbol se prende? ¿Cómo picoteará la fruta de las ramas?...


Los padres de Pepillo guardaron silencio, pero sus caras expresaban lo mismo que la maestra: preocupación. Doña Juani les señaló un cuenco con lombrices que tenía sobre la mesa de su despacho invitándoles a coger.


- Por favor, tomen unos caramelos y piensen en lo que les he dicho.

 


Emilia y José picotearon unas lombrices por cortesía y se fueron volando a su nido adosado para decidir qué hacer con Pepillo. Ya en su dormitorio, José se miraba la cresta en el espejo del baño.


- Estoy perdiendo plumas de los disgustos - piaba preocupado a su esposa-. ¡Tengo una pequeña calva y todo! ¡Mira! – y le señaló la coronilla con un ala.


- No digas tonterías - le espetó su mujer, acercándose-. Se te caen más plumas ahora porque es Otoño, ¡como a todo el mundo por estas fechas! - y echó un vistazo a su marido por encima-. Quizás debamos llevar a Pepillo al psicólogo...


- ¿Al psicólogo? - trinó su marido-. ¿Tú sabes las semillas que nos quedan al mes después de pagar la hipoteca? - José levantó las alas y bajó una cajita que tenían escondida encima del armario-. Ya hemos pagado la luz y el gas, también el material escolar de los niños, que no sé para qué necesitan tantos libros, pero bueno... 
 

- Sí, lo sé – continuó su mujer-. Y si queremos veranear otra vez en Doñana... ¡no podemos tener más gastos! Hay que buscar una solución.


- ¡La madre que te parió! - pió José con las plumas extendidas.


- ¡Oye, un respeto! - le contestó enojada su esposa-. ¡No te pongas gallito!


- No, no, mujer... - la tranquilizó José-. Digo que tu madre, que como fue psicóloga... podría tratar a Pepillo en su consulta... – e hizo una pausa- ...de gratis...


- ¡Mi madre se jubiló hace unos años, por si no te acuerdas! - puntualizó Emilia con las alas en jarras-. ¡Y quién sabe dónde estará ahora con tantos viajes que organizan últimamente para los pensionistas! ¡En cualquier humedal e hinchándose con los bufetes libres de esos, que les ponen migas de pan resecas y todo!



- Bueno, llámala - le dijo suavemente su esposo-, no perdemos nada...


Emilia cogió el móvil y comenzó a teclear el número de su madre.


- ¡Pero llámala por el fijo, mujer! - le pió José con gesto de ruego-. ¡Que nos salen gratis las llamadas Inter-forestales! ¡Y además os pasáis horas y horas dándole al pico!



Unas semanas después, y aprovechando que empezaban las vacaciones de Navidad, Pepillo de la Torre se fue a visitar a su abuela, doña Gabi, a otro parque de la ciudad. Como no podía volar, sus padres tuvieron que pagarle un billete de “Viajes el Pato Inglés”, donde podía viajar transportado en una cestilla colgada de dos fuertes y potentes patos.

 Todos sus hermanos le despidieron en el hangar haciéndole burlas. Como además le daba miedo abrir los ojos, los llevó tapados con una cinta negra todo el trayecto, por lo que no pudo disfrutar del vuelo. Cuando Pepillo bajó de la cesta, su abuela lo reconoció por su trino además de por los vómitos, pues aún no se habían visto desde que eclosionó. Doña Gabi era una petirroja entrada en años, regordeta, y llevaba el plumaje cardado con una permanente típica de las señoras de su edad. Su color era apagado, y en la patilla derecha llevaba una especie de anillo dorado con una fecha impresa en él. 
 

- Hola abuela - la saludó con educación-. ¿Qué es eso que lleva en la pata?


- Oh, esto... – Giró la cabeza hacia abajo-, es mi anillo de compromiso.



- Le he traído de parte de mi padre una lata de insectos en escabeche y una tarta de gusanos - le dijo Pepillo mientras sacaba de su bolsa de viaje dos cajitas bien precintadas y con lacitos rojos-. ¡Son productos típicos de nuestro parque!


- ¡Bien sabe tu padre que yo sólo como ensaladas de moscas! - grunó doña Gabi con gesto adusto-. Nunca me ha caído bien este José. Dejaba plantada a mi hija y se iba de picos pardos. ¡Siempre ha sido un pájaro!


Pepillo y su abuela se fueron andando hacia un viejo roble que crecía junto a un estanque. A lo lejos Pepillo avistó una figura en la base del árbol, parecía un animalillo chiquitín, pero no lo distinguía bien. 
 

- ¿Qué hay allí, abuela? – preguntó. Doña Gabi lo miró extrañada.


Al aproximarse descubrió que era un topillo. Llevaba una serie de papelillos pegados en el pecho. Tenía los párpados cerrados, pues como todos sabemos, los topillos son ciegos. En la mano llevaba un palillo usado a modo de bastoncillo.


- Es Benito, el vendedor de cupones del parque - susurró doña Gabi a su ñieto. Luego se dirigió al topillo-. Benito, guapo, dame uno que toque.


Tomaron el ascensor para subir, ya que la abuela era demasiado anciana como para volar con Pepillo a cuestas, y una vez arriba entraron en un amplísimo ático-nido con unas espectaculares vistas al estanque. Pepillo trinó de admiración.


- ¿Así que tienes problemas para volar? – le preguntó la abuela desde la cocina mientras ponía al fuego una olla repleta de agua. 
 

- Sí... me mareo en las alturas – admitió Pepillo con resignación-. Mis hermanos ya llevan la L de prácticas a la espalda mientras que yo aún ni he podido dar un salto en condiciones... y lo peor de todo es que se ríen de mí. Me desprecian porque no sé volar.


- Bueno, eso debe tener alguna causa, porque no pareces un miedica - dijo doña Gabi mirándolo de arriba abajo-. Una vez cacé un gusano de seda y me contó que su madre había puesto 500 huevos de una sentada, y que ninguno de sus hermanos le llamaba ni le escribía, así que no te apures, son cosas normales.- La abuela le señaló un adorno de cerámica que había sobre una estantería-. Anda, Pepillo, que tú eres más alto que yo. Alcánzame esa vasija de ahí encima, que yo no llego. 
 

- ¿Qué es esto? - le preguntó mientras le daba la extraña vasija.





- Son las cenizas de tu abuelo - contestó Gabi mientras abría la tapa, acercaba la urna a la olla y vertía unas pocas cenizas en el agua-. Hoy cenamos caldo de pollo.



Una semana después, los padres de Pepillo recibieron una llamada de doña Gabi. José cogió el teléfono esperando que fuera su hijo el que llamaba.


- ¡Hijo mío! – trinó de alegría-. ¿Cómo estás? ¿Te da bien de comer la bruja?


- ¡Come mejor que en su casa, pájaro de mal agüero! – le contestó su suegra al otro lado de la línea-. ¡Pásame con mi hija, zoquete!


José soltó el teléfono del susto y se fue corriendo del salón. Emilia tomó el auricular sabiendo de antemano que era su madre la que estaba llamando.


- ¡Hola mamá! ¿Cómo está Pepillo? ¿Se porta bien? – le preguntó mientras se atusaba las alas-. ¿Pía por las noches en sueños? ¡Que no me entere yo de que le has dejado la video-consola para jugar, que luego es muy difícil quitarles los vicios! Ah, ya sabes que el billete era de ida y vuelta, no tienes que comprar otro ticket, porque estamos en crisis y hay que ahorrar... 
 

- Emi, hija mía... – contestó doña Gabi con un suspiro de paciencia-. No será necesario el billete porque el niño volverá volando conmigo.


- ¿Cómo? - preguntó Emilia, perpleja-. ¡¿Cómo has dicho que volverá el niño?! - trinó a su madre.


- Volaaaaando, hija, volaaaaando... – repitió doña Gabi, mascando las palabras.


- No puede ser, no es cierto.- La emoción llenó de lágrimas los ojos de Emilia.


- Dentro de una semana estaremos allí - le dijo doña Gabi, y colgó.


Emilia y José estuvieron toda la cena pensando en Pepillo. ¿Qué había podido hacer la abuela para que el niño venciera su miedo? ¿Cómo era posible que en una semana hubiera terminado con su vértigo? ¿Les devolverían los de “Viajes el Pato Inglés” las semillas que habían pagado por el billete de vuelta? 

Era muy importante que Pepillo aprendiera a volar para no perder las Becas para Migración que otorgaban todos los años desde la Consejería de Vuelo. Cansados de pensar en el futuro, mulleron el colchón de pluma de ganso que les regalaron por su boda, ahuecaron las alas y se pusieron a dormir soñando con gusanos, lombrices y frutos secos.



Pasadas las dos semanas de vacaciones de Navidad, y transcurrida una semana desde que hablaron con doña Gabi, Emilia y José se prepararon junto con sus polluelos para recibir a Pepillo y a la abuela. Sin embargo, el día avanzaba y éstos no llegaban. Carmencilla aprovechó para hacer los deberes del colegio, pero tuvo una duda.


- Mami - pió Carmencilla a su madre-. Si el masculino de la gallina es el gallo, y el masculino de la vaca es el toro... ¿Cuál es el masculino de la oca?


- Ay, hija mía... – contestó Emilia-. El masculino de la oca es el parchís.


Y como estaban tan nerviosos, se pusieron a jugar al parchís en el salón. Y cuando ya se habían olvidado de Pepillo y doña Gabi, de repente aparecieron ambos en la terraza del nido. Tal fue la sorpresa para la familia que nadie pudo articular un trino. A Manolillo, que estaba agitando el cubilete en ese momento, se le escapó el dado y le golpeó en el ojo. Al piar de dolor reaccionaron los demás, y fueron volando a la terraza. Todos estaban alucinando con Pepillo. ¿Cómo era posible que hubiera llegado volando, con el miedo que tenía a las alturas? Todos abrazaron a la abuela y a Pepillo, aunque sus hermanos lo miraron de reojo. 
 

- ¡Madre, por el amor de Dios! – trinó Emilia-. ¿Cómo lo has curado?


Doña Gabi se sonrió y metió el ala en su bolso. Sacó un objeto y se acercó a Pepillo. Como estaba tan rellenita no pudieron ver lo que hacía, pero cuando se retiró, todos piaron de la sorpresa. ¡Pepillo tenía puestas unas gafas!


- ¡Vuestro hijo tiene miopía! ¡Que sois unos melones! – chilló Doña Gabi-. Sospeché de su mala visión cuando lo llevé a mi ático-nido y no pudo distinguir de lejos al topillo que vendía los cupones, así que lo llevé al oftalmólogo para que le revisara la vista. ¡Y sonó la campana! ¡Vuestro Pepillo no es que tenga miedo a las alturas, es que como no ve bien de lejos, al asomarse desde tan alto ve todo borroso y se marea!


Todos piaron asombrados y se acercaron a Pepillo para verlo mejor. Llevaba unas gafas especiales para pajarillos, con una cinta elástica para que no se cayeran de la cabeza. Estaba distinto, parecía un intelectual, parecía... ¡más inteligente y todo!


- Ahora puedo volar sin miedo a los mareos - trinó orgulloso Pepillo-. ¡Y podré irme de migraciones con vosotros! ¡Y además con la compra de estas gafas me han regalado otras de sol porque estaban de promoción 2 por 1!


Sus hermanos lo miraban absortos, se habían quedado con el pico cerrado. De pronto Manolillo y Paquito se miraron, y se les empezó a dibujar una sonrisa en el pico. Se volvieron hacia Pepillo y comenzaron a cantarle “¡Cuatro ojos! ¡Cuatro ojos!”, pero a Pepillo ya le daban igual las burlas, sabía volar y eso le hacía enormemente feliz. No le importaba que se rieran de él. Se acercó a Carmencilla y la cogió del ala. La pequeña notó que su hermano le había depositado algo. Era un cartoncillo con un número y una foto de un ánade.


- Es un cupón para el “Sorteo del Polluelo”, ahora en enero. A ver si te toca - le explicó Pepillo, y se marchó volando por la terraza piando una canción.


Emilia y José estaban reunidos con doña Gabi en el salón, hablando de cosas de mayores mientras tomaban un revuelto de gusanitos con sémola de trigo. La abuela miró en derredor para comprobar que los críos no la escuchaban y les susurró:


- Por cierto, por si no os habéis dado cuenta... - miró muy seriamente a Emilia y a José-. Que sepáis que vuestro Pepillo no es un petirrojo, que es un cuco.



Y colorín colorado, Pepillo de la Torre y su familia fueron felices y comieron perdices... aunque seguramente perdices no comieron al final, porque son primas lejanas de los petirrojos y el canibalismo en la familia está muy mal visto.



FIN




Luis Chacón de la Torre (Valdepeñas)  es el autor de este cuento que ganó el III Concurso de cuentos infantiles "Felix Pardo"... 

Comentarios al autor: maluischacon@hotmail.com









No hay comentarios:

Publicar un comentario